Voy y vengo en silencio

23.10.09




Hombre en desgracia

Me cojiera las manos en la puerta del ansia,
sin remedio me uniesen para siempre a lo solo,
me sacara de dentro mi corazón, yo mismo
lo pusiese, despacio, delante de los ojos.

O si hablase a la noche con el labio enfundado
y detrás de la nuca me tocasen de pronto
unas manos no humanas, hasta hacerme de nieve,
una nieve que el aire aventase, hecha polvo...

Soy un hombre sin brazos, y sin cejas y acaso
una sábana extiende su palor desde el hombro;
voy y vengo en silencio por el haz de la tierra,
tengo miedo de Dios, de los hombres me escondo.



Doy señales de vida con pedazos de muerte
que mastico en la boca, como un hielo sonoro;
voy y vengo en silencio por las sendas del sueño,
mientras baten las aguas y dan golpes los olmos.

¿Hasta cuándo este cáliz en las manos crispadas
y este denso silencio que se arrolla a los codos;
hasta cuándo esta sima y su silbo de víboras
que rubrican el vértigo de ser hombre hasta el fondo?

¿Hasta cuándo la carne cabalgando en el alma;
hasta heñirla en las sombras, hasta caer del todo?
Oh, debajo del hambre Dios bramea y me llama
acaso como un muerto -dios de cal- llama a otro.

BLAS DE OTERO
¿Desvaríos en torno a mi silencio?, quizás, pero ahí van:
El silencio es otra forma de escuchar, así lo creo yo al menos.
A veces, nuestro mayor problema es que no nos escuchamos unos a otros, ni tampoco escuchamos lo que ocurre a nuestro alrededor.
Cuando hablamos de silencio, no hablamos de callar.
No es lo mismo callar que silenciar, no te equivoques.
Silenciar no es sólo callar, es escuchar de otra manera.
A menudo estamos en silencio porque no encontramos palabras para decir lo que callamos.
Otras veces nos parece que hay silencios que lo dicen todo, sin necesidad de hablar.
A menudo vagamos en silencio por la senda del sueño, que no siempre es el camino de nuestra vida y en este vagar callamos, silenciando lo que ocurre.

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